Saharahuis huyen de la represión marroquí hacia las costas españolas
Los cientos de personas que llegan a las costas españolas por una ruta de pateras reabierta entre el Sahara Occidental y Canarias huyen de la represión de la policía marroquí, según publicó ayer el diario El País.
La publicación indica que en lo que va de año un centenar de barcas de madera y lanchas Zodiac han alcanzado las playas de Fuerteventura, Lanzarote y Gran Canaria con decenas de personas a bordo.
El ritmo de ese tráfico, asegura, se ha ido incrementando progresivamente, de forma que representan casi 70 de las 100 embarcaciones que han arribado al archipiélago en los últimos cuatro meses. Agrega que nada más pisar las islas, la mayoría de los saharauis solicitan asilo político por temor a la represalia de los ocupacionistas marroquíes.
La Comisión Española de Ayuda al Refugiado ha registrado 70 de las 200 peticiones recibidas este año, la mitad en los últimos 15 días. La ruta hacia Canarias permanecía cerrada desde que, hace dos años, Mohamed VI se comprometió personalmente con el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero a acabar con el tráfico de inmigrantes indocumentados en la zona.
Para entonces, las playas cercanas a El Aaiún se habían convertido en el punto de embarque de miles de subsaharianos que llegaban de forma ininterrumpida a España. Sin embargo, desde este verano las redes de traficantes del Sahara se han reactivado. Ya no usan sólo pateras de madera construidas y pintadas a marchas forzadas, como antaño, sino que disponen de lanchas Zodiac e, incluso, de cayucos, embarcaciones más grandes que las pateras. Las Zodiac han sido compradas en varios países europeos y los cayucos en Mauritania. La causa del éxodo hacia Canarias parece ser la cada vez más conflictiva situación en la antigua colonia española, señala el diario.
Desde mayo de 2005, en las principales ciudades se suceden protestas para reivindicar la independencia del territorio, que todavía está pendiente de un referendo de autodeterminación.
La represión marroquí es durísima, agrega El País. Las fuerzas antidisturbios mantienen permanentemente rodeados los barrios de los nativos, y las detenciones, las denuncias de torturas y las invasiones de domicilios son habituales.
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